Dejaron sin
voz a las comadronas
En Joyabaj, Quiché, las parteras son líderes naturales en las comunidades indígenas, son las mujeres que otras escuchan y la voz desaprovechada por el ministerio de Salud para promover la vacuna anticovid–19.

Rebeca Floridalma Larios camina adelante y atrás va Alejandra Castro, es la mañana de otro viernes. Sus pasos son firmes, conocen los senderos de las comunidades que recorren cada mes. Son dos de las 266 comadronas de Joyabaj, Quiché, que atienden los partos. Son el recurso humano para avanzar con la vacunación en un territorio en donde solo dos de cada 10 habitantes ha recibido la primera dosis contra la covid-19. Pero no fueron convocadas.

Cuando llegan a su destino –la casa de una mujer embarazada–, Rebeca saca de su morral agua de cal y alcohol en gel. Se desinfecta las manos y se prepara para examinar el vientre de la muchacha de 23 años que espera su tercer hijo. Le palpa el vientre despacio y le pregunta cómo se siente. Si todo está en orden regresará dentro de un mes, pero conforme se acerca la fecha del parto, las visitas serán más frecuentes. Después del alumbramiento cuidará a la madre durante ocho días, sin interrupciones.

Rebeca tiene 47 años y es comadrona desde los 25. Por su labor está en contacto con distintas familias, por eso toma medidas, como desinfectar su ropa con alcohol, para evitar algún contagio. A los consejos sobre el embarazo suma otros que van más allá del servicio comunitario que presta. Les recomienda vacunarse contra la covid–19 para que los síntomas sean leves.

La ironía de esto es que ella no está vacunada. En marzo de 2021, cuando fue el turno de las comadronas por ser personal de primera línea, consultó con su médico porque padece presión alta. “Me dijo que mejor no lo hiciera”, y un año después no ha preguntado de nuevo. Prefiere evitarla. Teme que si la recibe, enferme, muera y eso desmotive a la población.


54 de cada 100 nacimientos fueron atendidos por comadronas en Joyabaj, durante 2021, según datos del ministerio de Salud.


Para protegerse, Rebeca recurre a la medicina tradicional. Usa el chuj o temazcal (baño de vapor), y distintas bebidas. “Un té de jengibre, manzanilla, hoja de pino, ajo, limón. Además le agrego guaro (licor), ocote, vinagre y canela. La covid-19 es frío, entonces se necesita calentar los pulmones para que salgan las flemas”.

Cuando visita a sus pacientes, usa mascarilla. Y al regresar a su casa, sigue un protocolo: de nuevo se lava las manos con agua de cal, desinfecta sus zapatos con cloro y le rocía alcohol a su ropa. Algunas veces termina con alcohol en gel en las manos.

Rebeca Floridalma Larios, como comadrona, toma sus propias precauciones para no contagiarse. Se lava las manos con agua de cal y desinfecta toda su ropa con alcohol. Sabe que la vacuna no evitará que se contagie sino que sea más leve si se enferma. Dice que siempre usa mascarilla, pero que se la quitó para las fotografías.

Entre los menos vacunados

Joyabaj, el municipio de Quiché del que Rebeca es originaria, está al final de una carretera sinuosa. De acuerdo con datos del Censo 2018, en este lugar viven al menos 82 mil 369 personas. La mayoría son indígenas –91 de cada 100 personas– y el 81.24 por ciento reside en el área rural. El 40 por ciento de los hombres son analfabetas y la cifra aumenta a 56 cuando se trata de mujeres. Por este motivo, no es extraño que ignoren los carteles informativos sobre la vacuna.

La covid-19 ha cobrado, al 29 de marzo, al menos 23 vidas. Es el quinto municipio de 21 que reporta un número alto y es también el segundo cuando se habla de baja cobertura en primera dosis y esquema completo, 22.9 y 15.1 por ciento, respectivamente. Y a nivel nacional, ocupa el lugar 15 de 340 con menos habitantes con al menos una dosis.

Salud dispone de un centro y 13 puestos de salud en el municipio donde se despachan las cuatro marcas. Estos últimos, teóricamente, atienden de lunes a viernes, de 8:00 a 16:30 horas, pero solo hacen una jornada semanal de visita a otras comunidades. La Casa Materna que funciona en el hospital está abierta los fines de semana y sí atiende todos los días. No es que resulten insuficientes. El problema está en que los vecinos no llegan en busca de la vacuna.

Rebeca considera que la situación sería distinta si el ministerio las hubiera invitado a trabajar con ellos. Las comadronas recibieron charlas informativas, pero no acompañan al personal para explicar a la población la importancia de recibir las dosis o administrarlas. Les explicaron que esta no evita el contagio de covid-19, pero ayuda a que los síntomas sean leves y reduce las muertes por la enfermedad.

“Si en las comunidades te miran sin la ropa maya, no te van a creer. Te tienen miedo, se ponen tímidos, entonces hay que trabajar juntos. Hay que aclararles que la vacuna no tiene un chip, no mata a los indígenas ni los deja estériles, pero hay que hacerlo en k´iche´”, agrega.

El municipio donde trabaja Rebeca y sus 265 parteras está formado por 140 comunidades, una de estas es la colonia Los Cerritos Laguna Seca. Ahí, a la orilla de la carretera, en un hogar de tablas de madera, techo de lámina y piso de tierra, Eva Carnic sentada en una cama espera a que la revise y le diga cómo está su bebé.

Comadronas visitan la casa materna lugar donde funciona el puesto de vacunación de Joyabaj.

Tiene 23 años y seis meses de su tercer embarazo. Estudió hasta tercero primaria. Además de su idioma materno, k´iche´ que lo hablan 97 de cada 100 habitantes de Joyabaj, se expresa en español. En algunas comunidades la población se comunica en achí o kaqchikel.

La joven es una de las pocas personas que accedió a la vacuna. En Los Cerritos, 159 deben hacerlo y hasta el 25 de enero de 2022 solo lo había hecho 43. Como a otras mujeres embarazadas de su comunidad, familiares y vecinos le dijeron que abortaría, una información falsa, pero que causa temor.

Eva Carnic está embarazada y viajó a la cabecera municipal en busca de la segunda dosis en dos ocasiones. El centro de salud no logró a las diez personas que se necesitan para abrir un frasco de Moderna, así que debió regresar sin ella.

A Eva le dan más miedo los hombres. “Hay hombres que parecen buenos, pero son malos, mi expareja tomaba y me golpeaba mucho, me separé de él. La enfermedad me dará fiebre, tos, pero no me golpeará físicamente, ni emocionalmente”, relata Eva.

El principal motivo para recibir la primera dosis es su bebé. En una de las ocasiones que acudió al Hospital Distrital de Joyabaj para recibir sus prenatales, el médico le recordó las consecuencias de no vacunarse y decidió hacerlo. De acuerdo con el Observatorio de Salud Sexual y Reproductiva (Osar), el año pasado se registraron 137 muertes maternas a causa de la covid-19 de las 350 muertes.

Eva recibió la primera inyección de Moderna el 3 de enero en el puesto de vacunación del área urbana. Pagar el bus y la mototaxi de ida y vuelta le costó Q20. En ese momento solo la casa materna atendía de forma permanente. El seguro social llevaba a cabo jornadas esporádicas en el salón municipal.

Con la primera dosis el gasto tuvo fruto: esperó una hora, la inyectaron y regresó a su casa, pero la historia fue otra cuando buscó la segunda. En total gastó, en vano, Q40 que le dio su mamá. “Con mucha vergüenza se los pido, ella me ayuda con eso y cuida a los niños mientras viajo”. Eva trabajaba en una panadería, pero a causa del embarazo dejó su empleo.

Antes para abrir un envase de AstraZeneca o Moderna, necesitaban 10 personas, seis para Pfizer, dos para Sputnik V. De lo contrario les informaban a los usuarios que regresaran otro día o más tarde. Esto cambió el 10 de febrero de 2022. Ahora el personal abre el frasco y tiene seis horas para utilizarlo. Si no se utilizan todas las dosis, se declara como pérdida, bajo el término “no útiles”.

Mientras Rebeca atiende a la paciente, su colega la espera sentada. Alejandra Castro, tiene 66 años. Es comadrona desde hace cuatro décadas y ya perdió la cuenta de los nacimientos que lleva. En marzo de 2021 recibió la primera dosis, sin embargo, no quiere la segunda. ¿Cuál es la razón?, responde que tiene miedo.

Alejandra Castro tiene 66 años, habla muy poco español. Ella, como comadrona, sí recibió la primera dosis, pero no quiere la segunda por temor a morir.

Cadenas de rumores

La desinformación sobre la vacuna provoca miedo en las personas y hace que se opongan a recibirla o estén indecisas. Eva cuenta su historia mientras la atiende la comadrona. Su madre, Micaela Larios, las observa desde la puerta. Tiene 48 años, habla español, k´iche´ de Joyabaj y k´iche´ de Totonicapán, pero no sabe leer ni escribir. Ella se ha ganado la vida trabajando en casas o en fincas de caña de azúcar lavando ropa.

Con una mano apoyada en la pared y otra en la cintura, Micaela cuenta que se vacunó porque quiere ver crecer a sus nietos. No quiere morir a causa de la covid-19, pero comprende el temor de sus vecinas y vecinos.

Ella vio los videos en Facebook donde se morían las personas por vacunarse y escuchó audios de cadenas de WhatsApp en donde decían que las dosis eran para matar indígenas. Estos mensajes también los recibió el enfermero del centro de vacunación. Y ese es un tema sensible en Quiché en alusión al conflicto armado interno que se libró en el país.

“Yo me pregunto, ¿por qué la gente hace videos para crear miedo diciendo que la vacuna es para matar a los indígenas?, ¿les pagarán o es por joder?”, dice Micaela. Ella no recuerda haber escuchado un audio o un video de Salud que aclaren la información falsa de las vacunas contra la covid-19.

Un obstáculo tras otro

Como en una carrera de obstáculos a contrarreloj, los trabajadores de salud pretenden convencer a las mujeres y hombres de Joyabaj para que reciban una dosis, mientras la desinformación sobre la vacuna se esparce.

Socorro Meletz, enfermero encargado de uno de los grupos de vacunación del área urbana, relata que aunque tienen capacidad para vacunar 150 a 200 personas al día, solo acuden de 15 a 40. Y cuando visitan una vez a la semana a las comunidades, la respuesta es similar.

Para predicar sobre los beneficios de la vacuna, el personal pide cinco minutos a los líderes indígenas para hacerlo en las asambleas comunitarias mensuales. Interactuar con cada persona sería imposible por el tiempo y la cantidad de trabajadores.

Socorro Meletz ordena la papelería para colocar el biológico a una usuaria. Minutos antes ingresó una mujer que buscaba la dosis de refuerzo de AztraZeneca, con la nueva directriz la vacunaron sin esperar nueve usuarios más.

Carlos Castillo, director del Centro de Salud de Quiché, reconoce que en su distrito la vacunación avanza con lentitud, pero el esfuerzo de su personal ha sido arduo. Transformar el no en un sí implica convencer y lograr la ayuda de diferentes sectores: las iglesias, los líderes indígenas, las comadronas y hasta médicos.

En algunas comunidades la vacuna anticovid-19 es sinónimo de confrontación. El director recuerda la aldea Xeabaj:“Cuando llegamos la primera vez para vacunar, nos sacaron a pedradas y con amenazas”.


“Nuestra tarea es atender a los que se quieran vacunar, convencer a los que están indecisos. Los que no quieren recibirla, al menos que no eviten que otros lo hagan”, Carlos Castillo, director del Centro de Salud de Quiché.


Ahora, el personal de enfermería participa en barridos urbanos y rurales. Recorre áreas donde las casas están cerca, con el fin de preguntar a los vecinos cuál es su avance en el esquema de vacunación. El jueves, que es día de plaza (mercado), se instala un puesto fijo de vacunación. Quieren hacerlo también en uno de los supermercados, explica el encargado del distrito.

Medida audaz

El hospital de Joyabaj tomó otra medida. Para entregar el certificado de nacimiento que deberán presentar al Registro Nacional de las Personas para inscribir al recién nacido, al menos uno de los padres debe estar vacunado. Por lo general, son las mujeres quienes acceden.

Si los padres se rehúsan, deben escuchar una charla y si reiteran decisión, firman un conocimiento de que no están de acuerdo con vacunarse y se les entrega el documento. No se puede obstaculizar la inscripción de un menor, explica Marina Méndez, directora.

Un año después de que comenzó la vacunación en Guatemala, las comadronas siguen ausentes en esta estrategia. Al parecer, Salud no reconoce su liderazgo ni escucha su voz, como lo hacen las mujeres de la comunidad.

María Anita Cabrera, de 56 años, recibe la dosis de refuerzo en el puesto de vacunación de Joyabaj. Ella vive en el área urbana del municipio y para ella acceder a la vacuna no fue complicado.