Si el virus no existe, las vacunas son innecesarias
Alta Verapaz ocupa el último puesto en vacunar contra la covid-19. Quienes no quieren las dosis, argumentan que confían en Dios. Y en sus hierbas.

Chisec está a 75 kilómetros de Cobán, la cabecera de Alta Verapaz. Antes de llamarse así se le conocía como la ciudad del Espíritu Santo, el mismo que, a decir de los vecinos, les da la fuerza para mantenerse sanos y por eso la mayoría no quiere inmunizarse contra covid-19. Es el municipio con menos vacunados de todo el departamento.

En este lugar, 18 de cada 100 personas tienen la primera dosis contra la enfermedad y la mitad no ha vuelto a los centros de salud por la segunda. La mayoría de entrevistados niega la existencia de la pandemia. Si la hubiera, dicen, no necesitan una inyección para protegerse porque tienen una buena alimentación y a Dios de su lado.

En el municipio, solo 7 mil 24 personas tienen ambas dosis y Marta Alicia Tiu es una de ellas. Tiene 22 años y acudió junto a su suegra al puesto de salud de Samaria, donde viven, para inyectarse Moderna por segunda vez.

Mientras se vacuna, su suegra se queda en la puerta porque le teme al fármaco. Tiene 52 años y “no puedo ponerme eso porque soy diabética. Si lo hago, de inmediato voy a caer muerta. Me lo dijo un doctor en Cobán y no voy a arriesgarme. Al menos como bien y con eso me protejo”, asegura.

Habla español con dificultad y al preguntarle qué es la pandemia o cómo funcionan las vacunas tiene una noción sobre ello, pero no sabe detalles. Como ella, nueve de cada diez personas en el departamento son indígenas. De estas, ocho tienen el q’eqchi’ como lengua materna y una, el poqomchi’, de acuerdo con el último censo poblacional.

Ricardo Cacao tampoco quiere inyectarse. Es el líder comunitario de la aldea Monte Cristo, donde viven al menos 60 familias. Para él, la pandemia es una estrategia del presidente Alejandro Giammattei para enriquecerse: “El virus existe desde siempre y es la gripe, pero él le cambió el nombre y convenció a todos de que era mortal aunque no es cierto. Lo hizo para vender su medicina, pero nosotros no vamos a caer”.

Si alguien quiere vacunarse puede hacerlo, “pero no estaremos allí para ayudarlo”, añade.

Quien traduce la conversación con Cacao es Patrocinia Caal, la orientadora de salud en el sector. Ella acude a Monte Cristo a diario y, según cuenta, allí solo se han vacunado dos o tres familias. Tienen algo en común: hablan español.

Aunque el personal explica de casa en casa cómo funciona el biológico, la publicidad sobre él en las calles solo está en castellano. Hay un cartel traducido al q’eqchi’, pero está en el centro de Chisec.

Ricardo Caal afuera de su casa en la aldea Monte Cristo.

Buscar brazos, buscar vacunas

Juana Cirila López es una de las pocas vecinas de Monte Cristo que se vacunó. Tiene 73 años y lleva cuatro décadas ciega a causa del glaucoma. Acudió al puesto de salud de Samaria, a diez minutos de su casa en carro, para administrarse la tercera dosis contra covid-19. Ella sí habla español.

Viaja como copiloto en un pick up blanco y al bajar de él lleva las manos por delante para prevenir golpes. Toma su bolsa, siente la textura de las tarjetas y las descarta una a una hasta encontrar el carné de vacunación. “Yo les dije a mis hijos ‘no sé de qué va la enfermedad, pero le voy a ganar la carrera’. Si no voy por la vacuna, primero va a venir el virus a tocar la puerta de mi casa”, asegura.

Según ella, en su comunidad no siempre dejan entrar a los enfermeros y por eso debe ir a Samaria con la ayuda de sus nueras. Quería traer a su nieto de 12 años, pero no sabía si los menores de edad ya podían vacunarse. Al recibir una respuesta afirmativa, pidió a los enfermeros llegar a su casa para administrarle la primera dosis.

López es la quinta persona inyectada con el frasco de Moderna abierto a las 8:00. Ya son las 11:00 y según Juan Cuc, uno de los enfermeros, el fármaco es útil durante seis horas. El vial contiene alrededor de diez dosis y deben administrarse al menos ocho, entonces el personal decide llevarlo de casa en casa.

En el camino, Cuc completa el esquema de una mujer encargada de una venta de comida. Su hija de 14 años también pide el biológico para ella y luego el viaje continúa hacia Monte Cristo para vacunar al nieto de López. En el trayecto también se lo ofrece a dos señoras, pero ambas lo rechazan. Una de ellas, Matilde Caal, explica sus razones: “A mí Dios me cuida. No creo en ese virus. Ya me dio, pero no creo en él”.

Juana Cirila López va como copiloto al puesto de vacunación de Samaria para aplicarse el refuerzo. La acompañan su nuera y cuatro de sus nietos.

Para Álvaro Pop, especialista en asuntos indígenas y originario de Alta Verapaz, una de las principales causas de desconfianza hacia el fármaco anticovid-19 en el departamento es la interpretación fundamentalista de la Biblia. Muchos toman la pandemia como un signo del apocalipsis, dice, y “¿cómo se van a contrarrestar los argumentos? Uno viaja a las aldeas y toda la información está en español y escrita: la gente no sabe qué es el coronavirus y sataniza la vacuna porque no tiene cómo enterarse”.

Además, explica Pop, aunque hubiera más carteles en q’eqchi’ no bastaría para tener una estrategia de comunicación exitosa, pues no todos saben leer. En efecto, según el censo de 2018, Alta Verapaz ocupa el penúltimo puesto en alfabetismo a nivel nacional.

Matilde Caal tiene 69 años y ya contrajo covid-19. Aún no recupera el olfato pero tiene miedo a vacunarse. “A mi hija le dolió tanto el brazo y se oye que la gente se muere”, dice.

Para acudir a las casas, Juan Cuc usa su motocicleta y costea la gasolina. Gasta Q300 mensuales en ello como mínimo y cada dos meses desembolsa otros Q300 para realizar el servicio preventivo al vehículo. Su salario es de Q3 mil.

Todo lo cubre él, aunque una vez el área de salud sí le dio los fondos para llenar el tanque, pero fue porque se realizaría una jornada masiva de vacunación en tres aldeas para la cual se reclutó a personal de todos los sectores.

Diana Chun Sierra, la jefa del plan de inmunizaciones en el municipio lo recuerda, pues optaron por esa estrategia porque los centros de vacunación estaban vacíos. Ese día se administraron alrededor de 500 dosis, cuenta, pero según ella no es viable repetir este procedimiento porque se requiere cerrar todos los servicios de salud a excepción de emergencias.

Cada día, Juan Cuc y Patrocinia Caal acuden de casa en casa para administrar ocho dosis y no desperdiciar un frasco de vacunas. Si no encuentran interesados, revisan a quién le toca segunda dosis para buscarlo.

Al preguntarle por qué el área de Salud solo costeó ese día la gasolina usada por los vacunadores, dijo “no hubo asignaciones adicionales para esto cuando empezó la vacunación, entonces los fondos existentes se destinan a los vehículos más importantes: las ambulancias. Siempre deben estar disponibles”.

En tanto, la jefa de prensa del Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social (MSPAS), Susana Roca, negó tener conocimiento de esta situación, pues Alta Verapaz tiene un presupuesto asignado para combustible y si requiere ampliarlo puede solicitarlo, asevera.

Durante cuatro semanas se pidió a la cartera el monto mensual disponible para esto en el departamento, pero al cierre de esta nota no respondió.

Futuro desprotegido

Cada año, el MSPAS estima una cobertura en la vacunación contra enfermedades inmunoprevenibles (sarampión, tétanos, poliomelitis, entre otras) del 80 al 95 por ciento a nivel nacional. Estos fármacos se administran, por lo general, durante los primeros cinco años de vida.

Chun Sierra también lidera el programa de administración de estas vacunas y según ella, todos los años hasta 2019 Chisec alcanzaba al 85 por ciento de los niños de cero a cinco años. En 2020 estos números disminuyeron porque “los padres que sí creían en la pandemia tenían miedo de acudir a los centros de salud para no contagiarse”.

Uno de los vacunadores de Chisec, cuya decisión fue no identificarse por miedo a perder su empleo, confirma que se dio esta disminución, pero por otras razones. Los habitantes, dice, notaron similitudes entre la jeringa usada para vacunar contra covid-19 y la utilizada para otras enfermedades, y por eso se niegan a recibir todos los biológicos.

“A veces vamos de casa en casa y llevamos las dosis, pero no nos dejan administrarlas porque la gente piensa que son dosis anticovid-19 en vez de hepatitis, por ejemplo”, sostiene. “No alcanzamos las metas, pero tampoco en aplicación de desparasitantes y alimentos fortificados para niños desnutridos. La gente dijo ‘como no les aceptamos medicinas líquidas las convirtieron en pastillas y en atoles, pero no nos van a engañar'''.

En el puesto de salud de Samaria continúa la jornada y allí está Lidia Camajá junto a sus hijos de dos, siete y diez años. Vienen de la aldea El Sauce y al preguntar a la madre si acude a inmunizarse contra coronavirus abre los ojos y se niega. Ella y su esposo escucharon que la gente “muere” o sufre dolores fuertes tras administrarse la primera dosis, y si no sucede ahora, les pasará en tres años.

Ella confía en Dios, asegura, pero acude a los puestos de salud porque sus hijos, Gerson, Emerson y Anderson, están desnutridos y requieren atención. Antes de entrar a la consulta mira a los niños y dice “si en la escuela nos sugieren vacunarlos, como pasa en otras aldeas, toda la comunidad está dispuesta a retirar a los patojos de los estudios. Los adultos no sabemos leer y no nos hemos muerto. Ellos también pueden sobrevivir así”.

El hecho de usar las mismas jeringas para vacunar contra la covid-19 y otras enfermedades contribuyó a que los padres se resistieran a administrar esquemas básicos en sus hijos.

La comunidad mencionada por Camajá es Tierra Linda, donde el 85 por ciento de los mayores de 12 años tiene al menos una dosis, de acuerdo con el puesto de salud, y el personal dice haber tenido el impulso de los profesores para lograrlo. Carlos René Quib, el director de dos establecimientos lo confirma.

“Aquí es un poco más sencillo, porque una gran mayoría habla español. Hubo muchos rumores, pero lo hablamos con la gente, resolvimos las dudas y ahora se organizan jornadas”, asegura. “El ministerio de Salud ha hecho campañas, sí, pero con carteles en lugares donde no todos saben leer. También en redes sociales, pero aquí no entran ni los zancudos, ¿cómo vamos a tener internet?”, añade.

Pasarse el balón

La directora del área de salud de Alta Verapaz, Lisset Cajas, justifica el rezago en la vacunación con la proliferación de rumores sobre los biológicos. A decir de ella, sí se tiene una estrategia para combatirlos porque los orientadores (como Patrocinia Caal) van a los hogares a explicar cómo funciona el fármaco y resolver dudas, aunque admite que ha sido insuficiente.

Ve poco apoyo por parte de líderes comunitarios, pues “hay municipios o aldeas donde llegan los vacunadores y los cocodes no los dejan entrar. A veces las personas quieren vacunarse pero no quieren ser mal vistas, entonces viajan a sitios donde no las conocen”, sostiene la epidemióloga. “Chisec es uno de los lugares difíciles porque apenas tenemos apoyo del alcalde (Fidencio Lima). Casi no asiste a las reuniones en el centro de atención permanente y en la municipalidad poco se habla de pandemia”, agrega.

Se llamó a Lima durante tres semanas para obtener su postura y no contestó el teléfono. También se le buscó en el palacio municipal y tras tres horas de espera no llegó a su despacho.

En la alcaldía es día de bodas civiles y el segundo piso está lleno. Nadie usa mascarilla. Aunque el jefe edil no está, se encuentra el síndico II, Elías Coc Cuc, quien también está a cargo de la comisión municipal de salud.

Coc no usa mascarilla y niega necesitarla. Tampoco le exigirá a ningún ciudadano tener cubrebocas para entrar a la comuna. De acuerdo con él, la corporación municipal promueve la vacunación al tomar y publicar fotos de líderes comunitarios cuando se administran la dosis, pero a su criterio es necesario que el centro de salud explique a los vecinos por qué hay gente cuya supuesta causa de muerte es haberse puesto el biológico.

Despacho vacío de Fidencio Lima Pop. Cuando no está, en su silla se sientan el concejal I, el síndico II o su hermano (y exalcalde), Artemio Lima Pop.

Al preguntarle dónde vio esa información dijo haberla consultado en redes sociales. No tiene los nombres de las personas que se presume fallecieron por esta causa y tampoco un informe médico para comprobar la relación. “Mire, de todos modos, aquí no es preocupante si alguien no se pone mascarilla ni se vacuna. La gente está acostumbrada a enfermarse e ir a trabajar, mientras se cura con hierbas. Somos talishtes y no necesitamos protección”.

Al consultar con el ministerio de Salud cómo contrarrestará la desinformación o llevará el mensaje a las poblaciones más alejadas del casco urbano, la jefa de prensa, Susana Roca, dice que se planifica una nueva estrategia de comunicación. Pero esta aún no se anuncia.

Ojoconmipisto: — La pandemia llegó a Guatemala hace dos años y la vacunación hace uno. ¿Por qué la estrategia para tener mayor alcance se planea hasta ahora?
Roca: — Esa es una de nuestras debilidades.

— ¿Cómo llevan la información a quienes no saben leer, a sordos y a ciegos?
— Aún no llegamos a ellos.

— ¿Por qué el MSPAS no se preparó para contrarrestar este nivel de desinformación?
— De nuevo, esa es una de nuestras debilidades.